La Gran Comisión no es solo un mandato para los creyentes, sino una ventana abierta al corazón de Dios. Al instruir a sus discípulos a llevar el evangelio a todas las naciones, Jesús revela el deseo eterno de Dios, que encontramos en 2 Pedro 3:9 “el Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.” En este llamado, podemos ver cómo el amor y la reconciliación ocupan un lugar central en el plan divino.

Tres puntos que quiero destacar: 

1. El amor de Dios como motor de la comisión:

Juan 3:16 nos muestra el corazón de Dios. Este amor no es exclusivo de unos pocos, sino universal. Es un amor que atraviesa barreras culturales, sociales y espirituales. La Gran Comisión refleja esta misma pasión: que cada persona en cada rincón de la tierra conozca a su Creador, y a su vez la Gran Comisión se debe entender como una extensión del amor de Dios. 

2. La reconciliación como propósito:

En 2 Corintios 5:18-19, el apóstol Pablo declara que Dios nos ha dado el ministerio de la reconciliación. “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo… y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación.” Este mandato nos posiciona como embajadores del amor de Dios, llamados a proclamar su gracia y a extender su corazón a los perdidos. Por lo tanto, hemos sido llamados a restaurar la relación rota entre Dios y los hombres. 

3. La Gran Comisión como identidad cristiana:

Ser cristiano implica ser un discípulo de Jesús y, por lo tanto, estar comprometido con la misión. La Gran Comisión es parte integral de nuestra identidad como seguidores de Cristo.

Reflexionemos: La Gran Comisión no es solo una tarea. Es la revelación de un Dios que desea que toda la humanidad experimente su amor redentor. Responder al llamado de la Gran Comisión es alinearnos con el anhelo profundo de Dios, que todos conozcan su amor y sean reconciliados con Él.