Dios nos proporcionó la intimidad como la atmósfera donde podemos desarrollar hambre por Su presencia. Este es un aspecto fundamental de nuestra asignación como reyes y sacerdotes, llamados a construir y ministrar Su presencia en todo momento. Fuimos diseñados para ser satisfechos sólo en Él, pero el pecado nos ha hecho creer la mentira de que podemos alcanzar la plenitud sin Dios.

David es un claro ejemplo de cómo vivió buscando la presencia de Dios y construyó una habitación donde Él pudiera habitar. El hambre por Su presencia fue un catalizador que lo llevó a convertirse en un hombre conforme al corazón de Dios. Este anhelo nos impulsa hacia la intimidad con Él, y desde allí es Dios quien define quiénes somos y el propósito de nuestra vida. Como David expresa en el Salmo 42:1-2, “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía.”

El hambre por el Señor nos lleva a acercarnos más profundamente a Él, sin importar los obstáculos. A menudo creemos que somos autosuficientes o que estamos satisfechos, pero sólo en Él podemos encontrar plenitud. “Dios calma la sed del sediento y el hambre del hambriento” (Salmo 107:9). Él está esperando satisfacer nuestras necesidades, pero no puede hacerlo si estamos llenos de otras cosas.

Una vez que entendemos que fuimos creados para experimentar hambre natural y espiritual, el Espíritu Santo nos invita constantemente a acercarnos más a Él: “Acérquense a mí” (Santiago 4:8). Estos 21 días de ayuno y oración son una invitación para aumentar nuestra hambre por Él. Anhelamos ser la generación que le prepare una morada al Señor.